La obesidad es una enfermedad crónica y compleja que se caracteriza por una acumulación excesiva de grasa corporal que pone en riesgo la salud. No se trata únicamente de un aumento de peso, sino de una alteración del equilibrio metabólico que afecta a múltiples órganos y sistemas del cuerpo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) la define como una de las principales epidemias del siglo XXI y estima que su prevalencia se ha triplicado en las últimas décadas a nivel mundial.
¿Qué tipos de obesidad existen?
El método más utilizado para clasificar la obesidad es el Índice de Masa Corporal (IMC), calculado al dividir el peso en kilogramos entre la altura en metros al cuadrado. Aunque se trata de una herramienta sencilla y útil a nivel poblacional, presenta limitaciones, ya que no diferencia entre masa grasa y masa magra ni refleja la distribución de la grasa corporal.
Según la OMS y la SEEDO (Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad), la clasificación es la siguiente:
- Sobrepeso: IMC 25–29,9
- Obesidad grado 1: IMC 30–34,9
- Obesidad grado 2: IMC 35–39,9
- Obesidad grado 3 (mórbida): IMC ≥ 40
Muchas personas preguntan a partir de cuántos kilos se considera un tipo de obesidad u otra. No hay una cifra fija, ya que depende de la altura. Por ejemplo, una persona de 1,65 m alcanza obesidad tipo 1 con unos 82 kg, y obesidad tipo 2 con unos 95 kg.
¿Cuáles son las causas de la obesidad?
La obesidad es una enfermedad compleja en la que intervienen múltiples factores. No basta con señalar que existe un exceso de calorías ingeridas frente a las gastadas. La realidad es que hay condicionantes biológicos, psicológicos, sociales y culturales que explican su aparición y desarrollo.
Factores genéticos y hormonales
Entre los factores genéticos y hormonales, sabemos que algunas personas tienen mayor predisposición a acumular grasa, a sentir menos saciedad o a almacenar energía de forma más eficiente. Estos condicionantes no determinan por sí solos la obesidad, pero hacen que, en un entorno desfavorable, sea más fácil desarrollarla.
El estilo de vida moderno
El estilo de vida moderno es otro de los pilares. El consumo elevado de ultraprocesados, ricos en azúcares y grasas de baja calidad, unido a la vida sedentaria, genera un desequilibrio energético sostenido en el tiempo. A ello se suma el llamado entorno obesogénico: ciudades con pocas zonas para la actividad física, publicidad constante de comida rápida y horarios que dificultan cocinar de manera saludable.
Factores psicológicos
A todo lo anterior se añaden los factores psicológicos, como el estrés, la ansiedad o la depresión, que pueden alterar la relación con la comida y favorecer episodios de ingesta emocional. También algunos fármacos y enfermedades endocrinas, como el hipotiroidismo o el s
Dimensión socioeconómica
No se puede ignorar la dimensión socioeconómica. Numerosos estudios han mostrado que la obesidad y el sobrepeso son más prevalentes en grupos de rentas más bajas. Tal y como señala la Organización Mundial de la Salud, “las tasas de obesidad son más elevadas en poblaciones con menores ingresos y niveles educativos, debido a la menor disponibilidad de alimentos saludables, el mayor consumo de productos ultraprocesados y las dificultades para acceder a espacios de actividad física”. Dicho de otro modo: la obesidad no depende únicamente de decisiones individuales, sino también de las oportunidades y recursos a los que una persona puede acceder en su día a día.
Síntomas y características según el tipo de obesidad
En fases iniciales, la obesidad puede cursar sin síntomas relevantes, pero conforme progresa comienzan a aparecer manifestaciones clínicas que afectan al día a día.
Síntomas en la obesidad tipo 1
Suele manifestarse con fatiga, menor tolerancia al esfuerzo y dolor articular. En esta etapa ya pueden detectarse alteraciones en el perfil lipídico o en la glucosa basal.
Síntomas en la obesidad tipo 2
Además de los síntomas anteriores, es frecuente la aparición de apnea del sueño, hipertensión arterial y resistencia a la insulina. El riesgo cardiovascular aumenta de manera notable.
Síntomas en la obesidad tipo 3
Se caracteriza por limitaciones funcionales severas, dificultad respiratoria, movilidad reducida y un incremento drástico de la morbilidad y la mortalidad.
¿Qué riesgos y consecuencias tiene la obesidad?
La obesidad no solo implica un exceso de peso. Es una condición que altera el equilibrio metabólico y aumenta el riesgo de múltiples enfermedades crónicas. Sus consecuencias abarcan prácticamente todos los sistemas del organismo:
Consecuencias metabólicas
La acumulación de tejido adiposo, sobre todo a nivel abdominal, favorece la resistencia a la insulina, lo que incrementa el riesgo de desarrollar diabetes mellitus tipo 2. También se asocia a dislipemias (aumento de triglicéridos y colesterol LDL, reducción de HDL) y al síndrome metabólico, un conjunto de factores que elevan la probabilidad de enfermedad cardiovascular.
Consecuencias cardiovasculares
El exceso de grasa corporal aumenta el trabajo del corazón y contribuye a la aparición de hipertensión arterial, cardiopatía isquémica y accidente cerebrovascular. Se estima que la obesidad acorta la esperanza de vida en varios años precisamente por su relación directa con la enfermedad cardiovascular.
Consecuencias respiratorias
La obesidad se asocia a la apnea obstructiva del sueño, caracterizada por interrupciones repetidas de la respiración durante la noche, lo que provoca somnolencia diurna, falta de concentración y mayor riesgo de accidentes. En los casos más graves, puede aparecer el síndrome de hipoventilación-obesidad, en el que la acumulación de grasa compromete la función respiratoria.
Consecuencias digestivas y hepáticas
La obesidad es uno de los principales factores de riesgo del hígado graso no alcohólico, que puede progresar a esteatohepatitis y cirrosis. También aumenta la probabilidad de padecer reflujo gastroesofágico y cálculos biliares.
Consecuencias musculoesqueléticas
El exceso de peso sobre las articulaciones provoca dolor crónico, especialmente en rodillas, caderas y columna lumbar. Esto limita la movilidad y genera un círculo vicioso: menos actividad física, más dificultad para controlar el peso.
Consecuencias reproductivas y en el embarazo
En mujeres, la obesidad puede alterar el ciclo menstrual y favorecer el síndrome de ovario poliquístico. Durante el embarazo, incrementa el riesgo de diabetes gestacional, hipertensión y complicaciones en el parto. En hombres, se asocia a menor calidad espermática y disfunción eréctil.
Consecuencias oncológicas
La obesidad está reconocida como factor de riesgo para ciertos tipos de cáncer, entre ellos el colorrectal, el de mama en mujeres posmenopáusicas y el de endometrio. El mecanismo se relaciona con la inflamación crónica y el exceso de estrógenos producidos por el tejido adiposo.
Consecuencias psicológicas y sociales
Más allá de los problemas físicos, la obesidad tiene un fuerte impacto en la salud mental. La estigmatización y la discriminación pueden provocar baja autoestima, ansiedad y depresión. Además, afecta a la vida laboral y social, generando en muchos casos aislamiento y empeoramiento de la calidad de vida.
Dieta y nutrición según el grado de obesidad
La base de una alimentación saludable para personas con obesidad se apoya en tres pilares fundamentales: mantener un déficit calórico moderado que permita perder peso sin generar carencias, dar protagonismo a los alimentos frescos y variados frente a los ultraprocesados y buscar un equilibrio entre los distintos macronutrientes. Dicho de otro modo, se trata de comer menos calorías de las que el cuerpo gasta, pero asegurando la calidad de esas calorías.
- En los casos de obesidad tipo 1, lo habitual es que el tratamiento consista en un plan equilibrado con cambios de hábitos sostenibles. Aquí funcionan muy bien desayunos sencillos a base de lácteos naturales, fruta y cereales integrales, comidas que combinen legumbres con verduras y proteínas como el pescado o el atún, y cenas ligeras con carne magra y hortalizas. La clave está en enseñar al organismo a tolerar mejor el esfuerzo y, al mismo tiempo, reeducar el apetito.
- Cuando se trata de obesidad tipo 2, la alimentación debe ser más estricta porque suelen aparecer complicaciones metabólicas. En estos pacientes es necesario controlar la cantidad y la calidad de los hidratos de carbono, priorizando siempre los integrales, reforzar la ingesta de proteínas magras que ayudan a preservar la masa muscular y reducir la sal y las grasas saturadas para evitar un mayor impacto sobre la tensión arterial y el riesgo cardiovascular.
- En la obesidad tipo 3, el abordaje ya es clínico. En muchas ocasiones se plantean dietas muy controladas en calorías y nutrientes como preparación para la cirugía bariátrica, y puede ser necesaria la suplementación con vitaminas o minerales. El acompañamiento psicológico en este contexto resulta fundamental, ya que los cambios que deben afrontarse son muy profundos.
- Un caso muy frecuente en consulta es el de quienes tienen unos 30 kilos de sobrepeso. Aquí lo más importante es plantear objetivos realistas: perder entre medio kilo y un kilo por semana ya supone un progreso seguro y sostenido. La alimentación debe ser variada, con platos sencillos que combinen proteínas, vegetales y una ración moderada de hidratos de calidad. No se trata de prohibir alimentos, sino de aprender a comer de forma diferente.
- Durante el embarazo, la situación cambia por completo. El objetivo nunca es adelgazar, sino controlar el aumento de peso para garantizar el correcto desarrollo del bebé y reducir el riesgo de complicaciones como la diabetes gestacional o la hipertensión. Una dieta adecuada en este contexto prioriza verduras, cereales integrales y proteínas magras, evita los azúcares simples y distribuye la ingesta en varias comidas al día para mantener la glucosa estable.
- En la infancia, especialmente entre los 8 y 10 años, la obesidad es cada vez más habitual y supone un reto tanto para los niños como para sus familias. No se recomienda aplicar dietas restrictivas, sino fomentar hábitos saludables desde casa. Esto pasa por aumentar el consumo de frutas, verduras y agua, reducir la bollería, los refrescos y los alimentos ultraprocesados, y fomentar un estilo de vida activo que incluya juego, deporte y menos horas de pantallas. La educación nutricional en estas edades es fundamental para prevenir problemas mayores en la vida adulta.
Ejercicio físico para combatir la obesidad
El ejercicio físico es una de las herramientas más eficaces para combatir la obesidad, siempre que se adapte a la condición de cada persona y se combine con una alimentación equilibrada.
- La actividad cardiovascular, como caminar a paso ligero, nadar o montar en bicicleta, resulta fundamental para mejorar la salud del corazón; además, aumenta el gasto energético y favorece la pérdida de grasa.
- No debe olvidarse tampoco el papel del entrenamiento de fuerza. El trabajo con pesas o ejercicios de resistencia ayuda a preservar y aumentar la masa muscular; esto eleva el metabolismo y facilita el control del peso a largo plazo. Es importante tener en cuenta que el exceso de peso ejerce una carga extra sobre las articulaciones; por ello, las rutinas deben empezar de forma progresiva y con ejercicios de bajo impacto, evitando sobrecargas en rodillas, caderas y columna.
- Aun así, no siempre es fácil encontrar tiempo para acudir a un gimnasio o practicar deporte de manera estructurada. En esos casos es útil recordar que mantener un estilo de vida activo también cuenta: subir escaleras en lugar de usar el ascensor, caminar más en los trayectos cortos o incluso limpiar la casa con intensidad son formas de movimiento que, sumadas a lo largo del día, ayudan a gastar energía y mejorar la salud.
- El acompañamiento profesional puede marcar la diferencia para diseñar un plan seguro, variado y sostenible, que no solo sirva para perder kilos, sino también para recuperar movilidad, energía y calidad de vida.
Tratamientos y abordaje médico
El tratamiento de la obesidad debe ser multidisciplinar. La intervención nutricional es fundamental, pero resulta insuficiente si no se combina con actividad física, terapia conductual y, en casos seleccionados, tratamiento farmacológico o cirugía bariátrica.
En la obesidad tipo 1, el tratamiento suele centrarse en la modificación de hábitos de vida, con resultados positivos si se logra una reducción del 5–10 % del peso corporal.
En la obesidad tipo 2, se recomienda un abordaje más intensivo, con supervisión médica estrecha, ya que los riesgos de diabetes tipo 2 y complicaciones cardiovasculares son elevados.
En la obesidad tipo 3, el tratamiento médico convencional tiene menor eficacia y a menudo es necesario recurrir a la cirugía bariátrica, siempre acompañada de un seguimiento nutricional y psicológico a largo plazo.
Obesidad y diabetes tipo 2
La relación entre obesidad y diabetes mellitus tipo 2 es especialmente estrecha. El exceso de tejido adiposo, en particular la grasa visceral, promueve un estado inflamatorio crónico de bajo grado y resistencia a la insulina. Esto explica que la gran mayoría de los pacientes con diabetes tipo 2 presenten algún grado de sobrepeso u obesidad.
La evidencia científica muestra que una pérdida de peso moderada (en torno al 5–10 % del peso corporal) es suficiente para mejorar el control glucémico, reducir la presión arterial y normalizar el perfil lipídico.
Un cambio de hábitos para combatir la obesidad
La obesidad no se soluciona con dietas rápidas ni con esfuerzos puntuales. Exige un cambio real y sostenido en el estilo de vida. Adoptar una alimentación equilibrada, incorporar actividad física de forma regular, cuidar el descanso y aprender a gestionar el estrés son los pilares que marcan la diferencia. No se trata de buscar resultados inmediatos, sino de construir rutinas que puedan mantenerse en el tiempo y que devuelvan salud, energía y calidad de vida. Con apoyo profesional y compromiso personal, la obesidad puede prevenirse y tratarse con éxito, transformando no solo el peso, sino la manera de vivir.